viernes, 3 de julio de 2009

Historias para aprender

Elogio de la mediocridad
Manuel Buendía.

No hay enemigo más peligroso que la secreta fraternidad de los mediocres. Están por todas partes y, como cierta clase de individuos se reconocen entre si con un leve movimiento de pestañas, y a veces sin pestañar siquiera. De piel a piel se sienten entre ellos. Un mediocre sabe bien quien es otra poca cosa y en corto tiempo forman una silenciosa pero eficiente y muy pugnaz falange de medianías. De modo instintivo saben descubrir a quien no es de su sindicato, y este automáticamente se convierte en blanco de todas las intrigas y difamaciones. La primera ley de los mediocres es la consigna de destruir a los que no lo son. Para pasarla bien, tranquilos, sin sobresaltos, no hay como ser medianos.
Solo el respeto a uno mismo y el haber confirmado una vocación en la concreta realidad de las pruebas cumplidas, puede dar fortaleza para aceptar el reto de la mediocridad y para humillarla, para aprender a despreciarla.
Pero, ¡cuidado con hacer votos contra la mediocridad esta misma noche! Primero es necesario conocer y asumir lo que esto significa.
Significa renunciar al descanso que otros disfrutan placenteramente. Significa hurtar horas al sueño para dedicarlas a la lectura y el estudio. Significa una búsqueda incesante. ¿De qué?¿ De todo?. Exactamente de todo. Un escritor inglés definió al periodista como el “el hombre que se quedó sin profesión”. Esto traducido a nuestro lenguaje vernáculo, se diría así: “Aprendices de todo y oficiales de nada”.
Quiere decir que la formación del periodista jamás concluye. Un minuto antes de la muerte debemos estar contentos porque supimos algo nuevo, pero ansiosos porque quizás ya no tengamos tiempo de comunicarlo.
No ser mediocres significa renegar de ser como los demás. Que nunca se diga de nosotros que somos “del montón”. Uno de los peores vituperios que he visto publicado de alguien fue esta observación: Es tan común, que en una reunión de iguales, seria el más igual de todos”.
Querer abandonar la medianía y poder hacerlo, son cosas muy distintas. El compromiso significa renunciaciones dolorosas a cada instante, valor en donde hay flaqueza; decisión, cuando la molicie del entorno nos está predicando lo contrario.
Significa admitir que la Universidad, aún habiendo culminado con excelencia la carrera, solo nos ha puesto al principio del verdadero camino que conduce a la cima. Significa que la primera cima alcanzada, lo único que nos descubre, es que apenas hemos comenzado a escalar una cordillera.
Significa que en este abrupto, encrespado y raramente gozoso camino, vamos a estar fundamentalmente solos. Poca será la ayuda que nos pueda ser proporcionada. Lo esencial del esfuerzo nos corresponde y es intransferible .
De un modo cierto la ruta del mejor periodista es el autodidactismo. Esto es válido aun para aquellos, repito, que ostentan por ahí un diploma universitario. En ninguna actividad profesional como la nuestra es exacto aquello de que hay profesionales sin titulo y títulos sin profesionales.
Hablo de un autodidactismo inteligente y disciplinado. Una autoenseñanza guiada por una férrea voluntad, sino también por planes rigurosamente

trazados. No podemos desperdiciar energías ni perder el tiempo. Nadie tiene tiempo ya, para darse el lujo de perderlo. Cada día que se nos escape sin haber hecho por lo menos un honrado intento por avanzar, es una concesión que hacemos, un paso que desandamos, y un riesgo de dar insensible media vuelta y enfilar de nuevo hacia el limbo en donde se mecen los mediocres.


La Desidia

Germán Dehesa
Martes 6 de febrero

-Haga el favor de acompañarme, me dijo.
Confundido y sin decir nada lo seguí.

Fui guiado hasta un cuarto donde me recibió un viejo muy amable que me invitó a sentarme.

Mire, yo sé que está usted ansioso por saber de qué se trata todo esto. Se lo explicaré tan clara y tan breve como pueda.

Este lugar es... para decirlo de alguna manera, El Cielo. Pero no se espante, no está usted muerto ni mucho menos. Se trata de un asunto de capital importancia. Llamémosle una contingencia universal de la que usted es responsable, por lo menos parcialmente responsable, porque quiero que sepa que no es lo único involucrado.

Estamos convocando aproximadamente quinientos millones de personas de todos los rincones del planeta Tierra. Todos con un rasgo de personalidad en común: La Desidia.

Intenté decir algo, pero me interrumpió. Si me permite continuar, le aseguro que pronto le explicaré todo.

Resulta que La Desidia es un rasgo de la personalidad al que todos los seres humanos son propensos; igual que son propensos a la violencia, al arte, a la compasión, a la crueldad. Esto no los vemos con ojos de juez, sino simplemente como parte de las características del ser humano.

Cuando un individuo actúa con desidia, la mitad del tiempo tiene consecuencias que le afectan únicamente a él mismo. Otras veces afecta a algunas personas relacionadas, ya sea por parentesco, ya por trabajo y, en ocasiones, puede causarle trastornos mayores a un grupo considerable de personas.
Hace ya varios milenios comenzamos a notar un pequeño retraso en los acontecimientos universales. Al principio no le dimos importancia, pero llegó un momento en el que el retraso ya no era tan pequeño. Para acabar pronto, y esto se lo digo en confidencialidad, el nacimiento de Jesucristo llegó varios años después de lo planeado. Y, ¿le digo algo más? El contacto de los terrestres con habitantes de otros mundos, se debía de haber comenzado desde los años treinta, se ha tenido que ir posponiendo debido a retrasos importantes en este planeta.


Antes de que me interrumpa y me pregunte qué tiene usted que ver con todo esto, ponga mucha atención porque aquí viene la parte más complicada de toda esta historia.

Como le decía hace un momento, empezamos a notar retrasos importantes, por lo que se llevó a cabo una investigación a fondo. Gracias a está descubrimos que hay demasiada gente que ha dejado asuntos inacabados. Es un fenómeno que nunca se previó, pero que ya está cabalmente comprobado.
Si una persona, en cualquier parte del mundo, deja algo sin hacer, se crea un leve trastorno en el universo, pero la fracción que representa es tan pequeña que las consecuencias son imperceptibles; además, con otro individuo que haga más de lo que tenía planeado hacer, el daño se compensa y no pasa nada grave.

En el período conocido como Renacimiento, se recuperó una gran parte del retraso que se traía desde hacía ya varios milenios. Era tal el entusiasmo por hacer, por descubrir, por crear, que todo el mundo estaba muy activo y eran mucho más las personas que hacían de más que los que hacían de menos.
Pero lo triste es que, en la actualidad, los desidiosos cada vez tienen más influencia, ya que no hay suficiente gente cumplida que compense por su desidia.

¿Qué hacer? Después de muchas reuniones y discusiones llegamos a la conclusión de que el planeta Tierra estaba destinado a la desaparición a menos que se hiciera algo muy drástico. Este algo drástico consistió en localizar a todos los habitantes con un grado de Desidia mayor al 75% y convencerles de ayudarnos a revertir esta contingencia.

Y ¿cómo es que miden ese porcentaje?, dije yo.

Buena pregunta. Mire, como nosotros no contamos con autorización para juzgar las acciones de nadie, nos basamos en lo que cada cual, de acuerdo a sus propias convicciones, sabe que debió y pudo haber hecho en un día, una semana, un mes, un año, etc.

Es muy sencillo, déjeme ver...(el viejo sacó un papel y lo leyó), aquí está. Usted es pintor. Según usted mismo, debería pintar aproximadamente de dos a cinco horas diarias, cinco días de la semana; al menos es la rutina que le gustaría seguir. Pero, entremos en detalles si me lo permite. Lunes 5 de febrero del 2001, 8:30 de la mañana, usted pensó: hoy tengo que pagar el teléfono, llamarle a mi alumno para cambiar su hora de clase y poder visitar a mi amigo, quién está enfermo; también tengo que comprar agua, llamarle al contador y pintar, pintar, pintar.

Todo esto pudo haberlo hecho en menos de 5 horas; sin embargo, usted encendió la computadora y acabó no haciendo las labores que se había propuesto. No pagó el teléfono; para cuando se acordó de su amigo ya había terminado el horario de visitas en el hospital, y ¡que bueno!, porque tampoco le cambió la hora de clase a su alumno quien, para colmo, no llegó (quizá le consuele saber que este individuo está citado para la semana entrante).
Reconocerá que este no fue un día atípico en su vida, pues le ocurre con demasiada frecuencia.

Pero por favor, está usted a punto de llorar. Vamos, no es para tanto, no ponga esa cara de niño regañado. Le reitero que no estamos llamándole para juzgarlo, sino para que nos ayude. ¿Cómo nos puede ayudar? Enseguida se lo explicaré. Acompáñame por aquí si es tan amable.

Fui llevado a otro cuarto lleno de gente que escribía. Algunos estaban como ausentes, mirando al techo durante un rato antes de escribir en su cuaderno.
Mire, creemos que si ustedes lograran ponerse un poco al corriente en las acciones que han dejado sin hacer en su vida se podría revertir un poco el gran rezago que existe. Con su ayuda podemos salvar la Tierra de la extinción. ¿Me permite ofrecerle un cuaderno, un lápiz y unas horas de reflexión? Anote todas las acciones, desde su niñez hasta el presente, que usted considere que debió haber realizado y no las hizo. Pero no se limite a los pendientes prácticos, que lo otro también es importante: mirar atardeceres, decir una palabra amable, iniciar una conversación; en fin, todos esos pequeños detalles que usted sabe que, de haberlos hecho, hoy se sentiría mejor consigo mismo.

Pero si todo esto ya lo saben ustedes. ¿No sería más fácil que nos dieran la lista?
Alegué.

Efectivamente, nosotros sabemos absolutamente todas las cosas que han hecho o dejado de hacer, pero como no nos toca decidir lo que es importante para la vida de cada uno de ustedes, no funcionaría. El libre albedrío, ¿me entiende?

¿Y si me negara a ayudarles?

En ese caso no hay nada que nosotros podríamos hacer; pero, déjame contarle una cosa: de los 2 millones y medio de personas con las que hemos hablado, no hay una sola que se haya rehusado. Parece ser que les hemos hecho un favor dándoles un buen pretexto para deshacerse de algunas de sus culpas.
Nos quedamos unos momentos en silencio, al fin dijo: en cuanto ocurra algo, anótelo, no piense que no hay necesidad. La mayor parte de lo que se deja sin hacer es por no haberlo hecho en el momento mismo en el que se le ocurrió.

Hasta pronto, y gracias por su cooperación.







Equivocados

Eduardo García Gaspar

El punto es que están todos equivocados. Todos los que creen, hablan y predican sobre productividad y la eficiencia como arma para enfrentar la apertura de la economía, o para volvernos del primer mundo.

Podremos tener todos los seminarios de calidad total, podremos importar el más refinado equipo, podremos traer tecnología de punta, podremos firmar todos los acuerdos de productividad que queramos… eso no resuelve nuestro problema.

Nuestro problema no es de productividad, ni de eficiencia, ni de calidad.
Nuestro problema es otro. Es un problema de mentalidad, de forma de pensar, de costumbres y de hábitos.

La eficiencia no la produce una máquina, la genera una mentalidad.
La eficiencia no se logra teniendo tecnología, se logra pensando de una cierta manera.

Uno no sale listo de un curso para hacer productos de calidad, uno los hace teniendo ciertas costumbres y reglas de trabajo. Y si no me cree, permítame contrastar dos formas de trabajo muy diferentes, la mexicana y la estadounidense.

Los mexicanos: sin planeación, mucha improvisación, visión de corto plazo, poco sentido del valor del tiempo, orientado hacia las finanzas, en continua necesidad de tratos con la autoridad, multiusos, colectivistas, con estructuras de poder concentrado, muy poca capacidad de análisis, de tradición humanista y legalista, con desdén hacia la teoría, incapaces de concentrarse en un solo asunto, respetuosos de la autoridad, sin sistemas de seguimiento, sin tradición administrativa, sin uso de información de mercado.

Los estadounidenses : mucha planeación, poca improvisación, visión de largo plazo, mucho sentido del valor del tiempo, orientarnos hacia las necesidades del mercado, sin grandes necesidades de trato con las autoridades, especialistas, individualistas, con estructuras de poder distribuido, con gran capacidad de análisis, de tradición ingenieril y de práctica, con pasión por la teoría y los modelos, capaces de concentrarse en un asunto, retadores de la autoridad, con sistemas de seguimiento, con tradición administrativa, con uso de información de mercado.

No es cuestión de saber si una forma de ser es más deseable que la otra. Basta saber que una causa desarrollo y bienestar en proporciones nunca vistas en la historia … la otra no.

Mi punto, pues, es sencillo. Nuestro reto no es lograr la eficiencia y la calidad. Nuestro reto es desarrollar la manera de pensar que produce esa excelencia. Sin esa mentalidad nada vamos a lograr, por más que importemos maquinaria. La productividad está en las mentes, no en el equipo.

Es el simple asunto de seguir las reglas del librito del que solemos burlarnos: por objetivos, desarrollar estrategias, ideas tácticas, hacer listas de actividades, ponerles fechas, hacerles seguimiento, concentrarse en un asunto a la vez, planear con anticipación, analizar las situaciones, oír opiniones.

El primer mundo no se construyó así. Hubo investigación, análisis, planeación, concentración, perspectiva de largo plazo, información.



Nuestro problema, creo sinceramente, es que no hemos detectado este problema. Ignoramos que la modernización no es tanto de equipo como de neuronas… que el desarrollo no lo hace la tecnología sino de una forma de pensar.

Y creo que eso se debe a nuestra incapacidad de concentración y de análisis. Queremos hacer todo al mismo tiempo, sin análisis y sin planeación, confiando en la suerte y la capacidad de improvisación.



LOS DEMAS
Letra: Alberto Cortez
Música: Alberto Cortez


"Nunca estamos conformes del quehacer de los demás
y vivimos a solas sin pensar en los demás,
como lobos hambrientos, acechando a los demás,
convencidos que son nuestro alimento, los demás.

Los errores son tiestos que tirar a los demás;
los aciertos son nuestros y jamás de los demás;
cada paso un intento de pisar a los demás,
cada vez mas violento es el portazo a los demás.

Las verdades ofenden si las dicen los demás,
las mentiras se venden, cuando compran los demás;
somos jueces mezquinos del valor de los demás
pero no permitimos que nos juzguen los demás.

Apagamos la luz que, por amor a los demás,
encendió en una cruz, El, que murió por los demás;
porque son ataduras, comprender a los demás,
caminamos siempre a oscuras sin contar con los demás.

Nuestro tiempo es valioso, pero no el de los demás;
nuestro espacio, precioso, pero no el de lo demás,
nos pensamos pilotos del andar de los demás;
""donde estemos nosotros... que se jodan los demás"".

Condenamos la envidia, cuando envidian los demás,
más lo nuestro es desidia, que no entienden los demás.
Nos creemos selectos entre todos los demás;
seres ""pluscuamperfectos"", con respecto a los demás.

Y olvidamos que somos, los demás de los demás;
que tenemos el lomo como todos los demás,
que llevamos cuestas, unos menos y otros más,
vanidad y modestia como todos los demás...

Y olvidando que somos los demás de los demás,
nos hacemos los sordos, cuando llaman los demás
porque son ""tonterías"" escuchar a los demás,
lo tildamos de ""manía"" al amor por los demás."







Fe
Fe, no me abandones
ahora que en la vida pintan dudas
Ahora que han dejado las maduras
espacio a las más duras sinrazones.

Fe, no me abandones
como al palo mayor en la tormenta
amárrate a mi alma que te sienta
a salvo de naufragios y tifones.

Fe, fe, Fe te necesito
como el agua es necesaria en el desierto
como esencial es enterrar a nuestros muertos
como saber que es infinito el infinito.

Fe:
Te quiero fuerte,
la más inexpugnable ciudadela
invicta ante el dolor y sus secuelas
blindada a los embates de la suerte.

Fe, si estás conmigo
me atrevo a conquistar el universo
ponerme las estrellas como abrigo
mirar con buen humor lo más adverso.

Fe, Fe, Fe...
no te derrumbes
no permitas que descienda a los abismos
señálame el camino de las cumbres
que allí quiero vivir conmigo mismo.








MIRADOR

Por Armando Fuentes Aguirre

Uno de sus alumnos le preguntó a Euclides:

Maestro: ¿Qué voy a ganar con lo que me has enseñado? Euclides llamó a uno de sus esclavos y le dijo:
Tráele una moneda a este hombre. Tiene que ganar algo con lo que aprende. La anécdota del geometra se parece al cuentecillo del borrachín del pueblo a quien reprendía el señor cura.
Pero, hijo. ¿Qué ganas con beber?
No lo hago por negocio, padre - contestaba manso y humilde el temulento -
El arte, la ciencia y la religión, como la vida, no son para hacerse por negocio. Son para hacerse por amor al arte, a la ciencia, a la religión y a la vida. Lo único que se hace por negocio son los negocios. Y cualquier negocio será muy mal negocio si nos quita tiempo para gozar el arte, para aprender la ciencia, para sentir la religión y – sobre todo – para vivir la vida.

¡Hasta mañana!


Sin lectura no hay memoria reflexiva
Ricardo Garibay
Articulo publicado en Fomento Editorial, No. 36. Sept.1989.UNAM

Se solicitan lectores con o sin referencias.

La experiencia es la memoria reflexiva; cuando se dice que un viejo, por el hecho de serlo, es un hombre con experiencia, se está diciendo una tontería. El hombre común, cuando envejece, es simplemente más estúpido que cuando era joven; pero si se trata de un hombre que ha pasado la vida leyendo, ése sí tiene experiencia.

La experiencia es memoria reflexiva, y la reflexión sólo puede venir de los libros. Sólo se tiene experiencia reflexiva si se guarda memoria de lo leído, y el libro es, casualmente, el ingrediente principal de la memoria; el ingrediente primordial de la inteligencia que echa mano del pasado conocido para poder explicarse el presente, para poder contemplar el futuro. O si se quiere al revés: es la memoria la que hace posible que desde el futuro previsible, se contemple el presente, se organice y se le dé sentido al pasado; esto sólo es posible a través de los libros.

Si no hay lectura no hay memoria reflexiva, no hay inteligencia, no hay lucidez, no hay posibilidad de comunicación entre los seres humanos. La comunicación quedaría reducida al habla popular, que es obrera, que es campesina, o en el mejor de los casos burócrata, y ésa es una habla que no define y no califica el universo; que repta con vaguedad por la orilla del mundo, citando esa excelente frase de Paz.

Leer es pasar los ojos, los oídos, los cinco sentidos y la inteligencia, por cosas que han escrito hombres mejores que nosotros. Borges recuerda a Montaigne, a propósito del libro, y dice que una biblioteca es una suerte de espacio mágico, donde los habitantes, que son los libros, son el producto de la inteligencia de los mejores hombres que ha dado la humanidad; y esas obras sólo esperan que nosotros las abramos y comencemos a leerlas. La mejor compañía está siempre en un libro, algo que ha hecho un hombre mejor que nosotros, y que ha empleado todo lo acumulado, en lo vivido, para entregárnoslo como una forma de felicidad; esto es un libro.
Un pueblo que no lee, es un pueblo que acabará en la servidumbre de algún imperio; un pueblo que no lee, es un pueblo que pare y macera gigantescas cantidades de analfabetas. Esto a una nación la lleva a la servidumbre. Las naciones poderosas del mundo están a la carga, de manera muy enfática, muy precisa ¿haciendo qué? leyendo.





La investigación es leer forzosamente; aunque alguien sea biólogo o químico, y su principal trabajo esté en el laboratorio, si no está amparado por la lectura de lo que se ha realizado en el orden de su materia, no avanzará. Leer es investigar; investigar es desentrañar los misterios de la realidad cotidiana, y dominar esa realidad es avanzar y evolucionar. El pueblo que no lee, no avanza y no evoluciona hacia ninguna parte. En gran medida, la servidumbre que tenemos frente a los Estados Unidos, viene del sólido analfabetismo de nuestras clases medias y de nuestro pueblo en general.

Desprecio por la inteligencia

Al triunfo de la Revolución, los hombres que la llevaron a cabo, eran gentes de mucho coraje, o sea de mucho arrojo y valentía; los intelectuales eran los amanuenses de los guerrilleros que tenían, casi por obligación, un profundo desdén por el mundo de la inteligencia. Yo creo que desde ahí arranca este desprecio de los gobiernos de la República por la tareas de la reflexión; entonces desde el triunfo de la Revolución contemplamos que la educación pública se transforma en instrucción pública, cada vez más exangüe, limitada, débil y menos necesaria.
Se pone muy poca atención en los niños de la primaria y en los jóvenes de la secundaria y preparatoria. Con esto las universidades reciben enormes muchedumbres de jóvenes casi analfabetas, que no han leído, que no se les ha fomentado la lectura, el amor por la palabra escrita, que es la única vía por donde los pueblos se superan. ¿Cómo es posible que esto suceda en un país de ochenta y cinco millones de habitantes? Eso se debe a un desprecio oficial, desde 1917, por la lucidez, por la tarea de la quietud que es leer, que es escribir, que es entender antes de actuar. De esto no se ocupó la gran revolución. Se dice: “Hay que comer, hay que vestir y tener un techo”, sí, eso es fundamental, si no, no se puede hacer nada; inmediatamente después de eso hay que ponerse a leer y hasta ahí no ha llegado la Revolución mexicana; es un dato muerto en la experiencia colectiva nacional.
¿Qué se puede hacer para tratar de corregir esto? De un libro se editan en nuestro país tres mil ejemplares; uno de mis primeros libros tardó diecinueve años para que se publicara la segunda edición; ahora ya soy un autor muy leído y se editan diez mil ejemplares de un libro y tardan más o menos un año en venderse. Eso es verdaderamente ridículo en una ciudad de dieciocho millones de habitantes, en un país de ochenta y cinco millones ¿qué se puede hacer para que la gente lea? ¿Qué puede hacer la Universidad, que parece ser la única institución cultural que se ocupa de este gravísimo problema? La propuesta es que se editen libros de autores mexicanos y extranjeros en grandes volúmenes, para ponerlos al alcance de los jóvenes que no tienen dinero.




Hacer de cada libro tirajes de cien o doscientos mil ejemplares y mandarlos a toda la República a un precio de costo. ¿Esto supone una erogación muy grande? Sí, esto no supone un negocio, al contrario: conlleva la pérdida de mucho dinero, pero supone ganancia de espíritu, creación de verdadera ciudadanía, cohesión nacional, conciencia del pasado; supone una preparación eminente y poderosa hacia el futuro a cambio del dinero que se gasta. ¿Cuánto se gasta en organizar un campeonato de futbol? Costaría mucho menos dinero hacer un plan editorial masivo, gigantesco y llevar a los rincones más remotos del país a los autores de nuestra lengua; esto es lo que hay que hacer.
Estamos cavando nuestra propia tumba
Una empresa de estas proporciones debe estar amparada ciento por ciento por el Estado mexicano. El editor privado que expone su dinero debe ganar, yo estoy de acuerdo, pero el Estado debe poner un coto, un límite a la ganancia, no desconocerla, es nuestro sistema. No es posible que un libro que antes costaba veintinueve pesos ahora cueste ochenta ¿quién puede comprarlo?, ¿qué estudiante, por el costo del libro, puede leerlo? Tendrá que acudir a la biblioteca, y éstas son muy deficientes; tienen pocos libros y poca organización.
El resultado es que egresan profesionales, de cualquier carrera universitaria, sumamente deficientes, de una extensa ignorancia, tanto médicos, abogados o maestros de literatura. Son gente que ni siquiera domina con cierta higiene el lenguaje diario. Bajo estas circunstancias no es posible que se armen generaciones eficaces para oponerse a la terrible embestida del imperio norteamericano, que busca ponernos de rodillas en todos los órdenes.
Se tienen los pésimos libros que escriben escritorzuelos yanquis, pésimamente traducidos, pero que se venden como pan caliente, mientras que los autores mexicanos ni quien nos respete y compre nuestros libros. Se está cavando, de alguna manera, una tumba mexicana lo suficientemente amplia y ancha para recibirnos a todos. No leer, es cavar la propia momia que nos habrá de recibir.

Por otra parte, si a usted lo han preparado para leer y pensar sobre lo que se ha leído, los medios electrónicos de comunicación masiva no le harán ningún daño; estos medios son un remedo de reflexión que se deposita en actores baratos, en pésimos cantantes y en locutores analfabetas. De eso se alimenta la gran masa mexicana. Además el medio masivo electrónico tiene la gran ventaja de que entretiene, divierte; ése es su gran gancho, su gran fuerza. La gente se quiere divertir y los medios de masas cumplen con esta finalidad: la diversión-dispersión de la que hablaba Pascal; a la vez de que divierten, dispersan, atomizan, divorcian a unos de otros; no crean ningún elemento de cohesión, ninguna comunidad de intereses espirituales, y sí de intereses económicos, que esto divorcia más a los ciudadanos entre sí.

Tenemos que pelear con tres mil ejemplares en contra de programas de televisión, que uno solo tiene hasta doscientos millones simultáneos de televidentes ¿cómo podemos enfrentarnos a esa lacra social que es Televisa, que tiene televidentes en México, Centroamérica, Sudamérica, Estados Unidos, Europa y África? ¿Cuándo llega un libro nuestro hasta allá? Pero ya lo que vale la pena pensar, para lamentarnos debidamente, es ¿cuándo habremos de trascender hasta nuestro propio vecino? Cuánto daríamos por poder trascender, ya no hasta las regiones más sureñas de Argentina o hasta el norte de África, sino con nuestros propios vecinos. Este es el grado de lectura que hay en nuestro país.

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